viernes, 12 de octubre de 2012

Cuentos de Al-andalus. El Principe y el Jardinero


El Príncipe y el jardinero


L
a ciudad fue construida sobre un promontorio entre los montes de las sierras subbéticas y las llanuras de la campiña cordobesa. En la parte más elevada se situaba su palacio-alcazaba y estaba totalmente amurallada.

    El príncipe Kamal había oído hablar de los jardines colgantes de Babilonia que el rey caldeo Nabucodonosor construyó para agradar a su esposa, y había quedado tan fascinado por esa historia que decidió construir un jardín parecido en los arrabales de la villa, justo en su ladera sur. Para ello mandó trazar terrazas y las plantó con coníferas, pitas, palmeras y otras plantas ornamentales.

    Kamal pasaba largos periodos en esta ciudad y aunque el palacio era pequeño le agradaba mucho la estructura de la villa, sus gentes y el entorno y por ello procuraba siempre alargar su estancia en ella.

     El príncipe siempre gozaba del beneplácito de su padre el Califa, pues era el primogénito con la primera esposa Fadhila.

      Pero sucedió que ésta falleció al poco de nacer Kamal quedando éste bajo la tutela de la segunda esposa, la ahora reina Amira.

     Amira era una reina muy muy guapa, casi tan guapa como envidiosa y aunque lo disimulaba muy bien cada día aborrecía más a Kamal pues no soportaba el amor que el Califa profesaba hacia su hijo.

     Un día mientras Kamal paseaba por su exuberante jardín se le acercó un joven quien dijo llamarse Jalil, hijo de uno de los principales jardineros y le ofreció un saquito con albaricoques procedentes de los huertos de un oasis en Túnez y que él mismo había conservado hasta llegar este momento.

    Kamal aceptó el regalo y en seguida probó los albaricoques, resultándole tan agradables que pidió a Jalil que los sembrara en los jardines de la villa.

    El mismo año que Kamal cumplió quince, fue el primero en dar sus frutos los más de mil quinientos árboles que plantó Jalil y con la primera cosecha éste aconsejó a Kamal que la empleara en convertirla en confitura pues eran de la variedad más apropiada para ello.

   El resultado fue inmejorable, tanto que el sabor y textura de aquel dulce alcanzó una gran fama. Así desde Córdoba a Damasco o desde Toledo a Bagdad no hubo viajero en Al-Ándalus que no se interesara por probar aquella exquisita confitura o conocer los jardines de la villa.

    Pero cuanto más se alargaba la fama de los albaricoques del Príncipe mas aumentaban los celos y la envidia de su madrastra.

   Así con engaños y favores extraordinarios hacia su marido, la reina Amira consiguió en poco tiempo que el Califa ordenara arrancar los albaricoques del jardín de Kamal para plantarlos en los jardines de su palacio de Medina Azahara, a los pies de la sierra cordobesa.

   Kamal se entristeció por la decisión que había tomado su padre, pero la respetó porque siempre lo había hecho.

  Pero sucedió que al recoger la primera cosecha de albaricoques trasplantados éstos resultaron de un sabor amargo, muy agrio, tanto que fue imposible consumir ni uno solo de sus frutos.

   La reina Amira se enfureció tanto que mandó talar todos los albaricoques y quemar su leña, no quedó ni un solo albaricoque en todo el reino del califato.

  Pasado algún tiempo Jalil se presentó ante su amigo el príncipe, y le ofreció un pequeño arbusto. Un pequeño árbol de albaricoque que él mismo sembró en el interior de su casa y había logrado salvar de la ira de Amira. 

   Kamal cuidó personalmente ese árbol  varios años hasta que consiguió los primeros frutos. Cuando probó el primer albaricoque de su único árbol, descubrió que su sabor era sublime, aún mejor que aquellos primeros que obtuvo en su jardín colgante y que tanta fama alcanzaron. Entonces buscó a Jalil y compartió la totalidad de los frutos con él.
  Pero como siempre suele ocurrir, esta noticia pronto llegó a oídos de la reina madrastra, y tanto se enfureció que mandó a varios de  los mejores guerreros de su guardia personal para quemar el árbol y confiscar los frutos que aún no habían consumido Jalil y el príncipe.

    Jalil luchó contra ellos pero fue inútil.

    A la mañana siguiente no había rastro de los albaricoques ni de Jalil.

   Kamal no pudo dormir en toda la noche ya que estaba muy preocupado por la desaparición de Jalil, y a las pocas horas de amanecer los guardias del Palacio entraron en los aposentos del príncipe para notificarle que su madre la reina Amira había fallecido la tarde anterior a consecuencia del atragantamiento sufrido cuando comía los  albaricoques que les había robado al príncipe y a Jalil.

   Naturalmente Kamal acudió a los funerales y cuando de nuevo regresó a su pequeño palacio allí le esperaba su buen amigo Jalil.

  Kamal se alegró mucho al encontrarse de nuevo, y aun se alegró más cuando éste le entregó en un saquito a los causantes de la muerte de su madrastra.

  Con los huesos y su entusiasmo conseguirían de nuevo magnificar su jardín y su amistad para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario