El Príncipe y el
jardinero
a ciudad fue construida sobre
un promontorio entre los montes de las sierras subbéticas y las llanuras de la
campiña cordobesa. En la parte más elevada se situaba su palacio-alcazaba y
estaba totalmente amurallada.
El príncipe Kamal había oído hablar de los
jardines colgantes de Babilonia que el rey caldeo Nabucodonosor construyó para
agradar a su esposa, y había quedado tan fascinado por esa historia que decidió
construir un jardín parecido en los arrabales de la villa, justo en su ladera
sur. Para ello mandó trazar terrazas y las plantó con coníferas, pitas,
palmeras y otras plantas ornamentales.
Kamal pasaba largos periodos en esta ciudad
y aunque el palacio era pequeño le agradaba mucho la estructura de la villa,
sus gentes y el entorno y por ello procuraba siempre alargar su estancia en
ella.
El príncipe siempre gozaba del beneplácito
de su padre el Califa, pues era el primogénito con la primera esposa Fadhila.
Pero sucedió que ésta falleció al poco de nacer
Kamal quedando éste bajo la tutela de la segunda esposa, la ahora reina Amira.
Amira era una reina muy muy guapa, casi tan
guapa como envidiosa y aunque lo disimulaba muy bien cada día aborrecía más a Kamal
pues no soportaba el amor que el Califa profesaba hacia su hijo.
Un día mientras Kamal paseaba por su
exuberante jardín se le acercó un joven quien dijo llamarse Jalil, hijo de uno
de los principales jardineros y le ofreció un saquito con albaricoques
procedentes de los huertos de un oasis en Túnez y que él mismo había conservado
hasta llegar este momento.
Kamal aceptó el regalo y en seguida probó los
albaricoques, resultándole tan agradables que pidió a Jalil que los sembrara en
los jardines de la villa.
El mismo año que Kamal cumplió quince, fue
el primero en dar sus frutos los más de mil quinientos árboles que plantó Jalil
y con la primera cosecha éste aconsejó a Kamal que la empleara en convertirla
en confitura pues eran de la variedad más apropiada para ello.
El resultado fue
inmejorable, tanto que el sabor y textura de aquel dulce alcanzó una gran fama.
Así desde Córdoba a Damasco o desde Toledo a Bagdad no hubo viajero en Al-Ándalus
que no se interesara por probar aquella exquisita confitura o conocer los
jardines de la villa.
Pero cuanto más se alargaba la fama de los
albaricoques del Príncipe mas aumentaban los celos y la envidia de su
madrastra.
Así con engaños y favores extraordinarios hacia su marido, la reina
Amira consiguió en poco tiempo que el Califa ordenara arrancar los albaricoques
del jardín de Kamal para plantarlos en los jardines de su palacio de Medina
Azahara, a los pies de la sierra cordobesa.
Kamal se entristeció por la decisión que
había tomado su padre, pero la respetó porque siempre lo había hecho.
Pero sucedió que al recoger la primera
cosecha de albaricoques trasplantados éstos resultaron de un sabor amargo, muy
agrio, tanto que fue imposible consumir ni uno solo de sus frutos.
La reina Amira se enfureció tanto que mandó
talar todos los albaricoques y quemar su leña, no quedó ni un solo albaricoque
en todo el reino del califato.
Pasado algún tiempo Jalil se presentó ante
su amigo el príncipe, y le ofreció un pequeño arbusto. Un pequeño árbol de
albaricoque que él mismo sembró en el interior de su casa y había logrado
salvar de la ira de Amira.
Kamal cuidó personalmente ese árbol varios años hasta que consiguió los primeros
frutos. Cuando probó el primer albaricoque de su único árbol, descubrió que su
sabor era sublime, aún mejor que aquellos primeros que obtuvo en su jardín
colgante y que tanta fama alcanzaron. Entonces buscó a Jalil y compartió la
totalidad de los frutos con él.
Pero como siempre suele ocurrir, esta noticia
pronto llegó a oídos de la reina madrastra, y tanto se enfureció que mandó a
varios de los mejores guerreros de su
guardia personal para quemar el árbol y confiscar los frutos que aún no habían
consumido Jalil y el príncipe.
Jalil luchó contra ellos pero fue inútil.
A la mañana siguiente no había rastro de los
albaricoques ni de Jalil.
Kamal no pudo dormir en toda la noche ya que
estaba muy preocupado por la desaparición de Jalil, y a las pocas horas de
amanecer los guardias del Palacio entraron en los aposentos del príncipe para
notificarle que su madre la reina Amira había fallecido la tarde anterior a
consecuencia del atragantamiento sufrido cuando comía los albaricoques que les había robado al príncipe
y a Jalil.
Naturalmente Kamal acudió a los funerales y
cuando de nuevo regresó a su pequeño palacio allí le esperaba su buen amigo Jalil.
Kamal se alegró mucho al
encontrarse de nuevo, y aun se alegró más cuando éste le entregó en un saquito
a los causantes de la muerte de su madrastra.
Con
los huesos y su entusiasmo conseguirían de nuevo magnificar su jardín y su
amistad para siempre.